Ulises la vio, tenía una camisa a cuadros
descolorida, unos borcegos raídos y la mirada perdida en nosequé libro. A
Ulises no le gustaba leer, creía que los libros estaban llenos de maravillas
imposibles. A ella le encantaba, creía que la vida era una maravilla imposible.
El viento entraba por la ventanilla del colectivo despeinándola sin pudor; ella
no lo notó, leía. El tampoco lo notó, la leía a ella.
De repente le asaltó esa sensación de pánico
que te asalta cuando se está a punto de perder el control de todo. El colectivo
frenó de golpe y se la llevó dejándolo con esa horrible sensación pegada a la
piel. ¿Quién era? Ya no importaba, se había ido, no la volvería a ver. Y Ulises
se sintió tonto por creer tan poco en los milagros.
Malena lo había visto, sin que él la viera. Y
lo atrapó con la mente y el espíritu como ella
siempre decía. Cuando se dio cuenta de que el colectivo se había pasado
su parada, corrió a bajarse. Lo saludó mentalmente, “Chau Ulises”. Al menos ese era el nombre que alcanzó a leer
en su campera. Pensó, que quizás lo volvería a ver… Y se sintió tonta por creer
demasiado en los milagros.
Pero la vida es algo loco, y una casualidad los
haría volver a encontrarse. Más que casualidad, milagro.
De mi yo más confiado