Ni el agua
se figuraba que al desprenderse de sí, se desgeneraba o más bien se regeneraba
en miles de pequeñísimas gotas que al depositarse en el borde de madera de la
pileta lo hacían brillar con la ayuda del sol. El mismo sol que estaba presente
en Asia, en America Latina, el mismo sol que alumbraba a directores de cine en
los Ángeles, el mismo sol que entraba por las rendijas de una cárcel en Buenos
Aires, el mismo sol bajo el cual jugaban niños en África, niños de a la vuelta
de casa, el mismo sol que te alumbra a ti y a mí en este mismo momento, testigo
de algo que crece de a poco pero con una fuerza incomparable.
Ni el agua
ni el sol sabían el tamaño de su poder sobre lo que aún no somos pero podríamos
llegar a ser nosotros.
Vos te
volvés como un pez cansado o dolido, más bien mostrás quien sos, te volvés
frágil, conciente de tu verdadera naturaleza. Y el agua te libera, te habla
entre susurros que tenés que odiarte y quererte como sos. El agua te lo dice.
Yo te lo digo. Vos a veces escuchas, a veces no. Pero se te abre un huequito de
a poquito en la piel.
El sol me
encandila, me da luz, me muestra el brillo, que a veces pienso que no tengo.
Pero el me
lo muestra, y me dice, que esta mal ser yo a veces y bien ser yo en otras. Me
saca de mi oscuridad interna. Me obliga a ser. El me obliga. Vos también.
Nos
conocimos un día sin sol, ni agua. Te conocí a tientas entre muchos otros.
Nos vimos.
Yo no te miré. Vos no me miraste.
El primer
beso fue escaso, torpe, escondido, lleno de alcohol, olor a cigarrillo. Tampoco
había agua. Tampoco había sol. Me sentí estúpida. No se que te sentiste. El
primer beso fue escaso, muy escaso, poco sentido, sin querer, sin quererse.
El segundo
fue arrebatado, sin querer queriendo, bajo un sol hermoso que prometía más.
De allí en
más siempre fue así. Ni vos te alejabas del agua, ni yo del sol. Ni vos ni yo
dejábamos de compartir nuestros tesoros, ni de intentar ser más, con el otro.
Porque bajo
un sol de atardecer me bañaste de besos y cuentos, bajo una lluvia incesante de
agua salada te hice bailar, porque el chorro de agua de la ducha caliente nos
mojó entre risas, porque el sol nos seguía alumbrando aunque sea de a ratos a
través de la ventana de tu pieza mientras vigilaba nuestra forma de querernos
sin querernos, sin pensar si quiera de lo que nosotros aún no éramos pero
estábamos más cerca que nunca de llegar a ser.