Ella me
contó que ese día te había llamado borracha de impotencia, de locura, de falta
de cariño a las tres de la mañana. Y de que tú llegaste así, sin más que tu
bici y tu sonrisa de gato escondida bajo la campera. Y la saludaste y ella te
miro como si fueras un extraño, como si no te conociera como si nunca te
hubiera llamado. Pero ella lo había hecho y tú estabas ahí. De repente todo se
desequilibró ni tu estabas ahí, ni su amiga, ni las calles, ni la borrachera,
ni la noche, pero ahí estabas con tu bici y tus ojos oscuros mirándola de
costado. Ni siquiera sabía en que se había metido, porque había tomado el
celular, marcado tu número, por que, por que tú…pero ahí estabas con tu bici,
muerto de frío y cagado de risa. Como ella. Las acompañaste sí, a ella y a su
amiga y llegaron a la parada. Eso me contó. Y que su amiga se fue para un
costado, y tú al suyo…(donde más). Querías hablar, al menos uno de los dos esa
noche sabía que quería, mínimamente. Pero ella no quería escucharte, tampoco
quería hablar, no sabía que quería, pero igual te besó. Y tú la besaste. Y se
besaron. Y fue hermoso. La noche era hermosa. Igual que ella, igual que tú,
juntos. Quizás querías que la noche nunca acabara. Pero ella no sabía, que
quería, si a la noche, a ti, o a ninguno, no sabía. Y por eso se subió sin más
al 112. Y ahí la historia terminó.
Pero
ustedes habían empezado mucho antes.
“vos no
querés hablar”le habías dicho…
siendounpocomas
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