El sol
bañaba la tarde, dorado pintaba el mar. Bonita vista. Espuma salada, cielo
azul, aire arenoso. Despeina. Ya se escuchan los pasos, el bochinche, las
cuatro de la tarde.
Y ahí
aparecieron dos duendecillas sin su traje de duende, sin su corona de flores,
sin sus orejas puntiagudas. Se disfrazaron de niñitas, así no las encuentra el
monstruo del tiempo, del silencio, del atardecer. Corrían divertidas, riéndose
de todo, riéndose de nada. Bonita vista.
Y ahí
apareció la ninfa escurridiza, disfrazada de pendeja, de locura agazapada entre
soles y lloviznas. Se escurrió a su mundo de flores y colores, danzas y risas,
que a ella le hacían falta. Ojo por ojo. Bonita vista.
Y ahí
apareció el sentimiento de alegría que se escapa entre los dedos, por tardes de
niña grande y amores estúpidos.
Y ahí
aparecieron los pies cansados, las rodillas dolientes, sonrisas a cascadas.
Y ahí apareció
el atardecer ya monstruoso, con sus garras de oso y su cola de serpiente a
llevarse lo que queda de carcajada en la lengua, de niñura en sus ojos.
Bonita
vista.
Y dejaron
de jugar…
hasta pronto
hasta pronto
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siendounpocomas
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